Primera experiencia de lo que puede formar parte de nuestra futura
vida, por lo menos mientras la vida laboral de Josean lo exija.
El lunes me llevan la silla de ruedas eléctrica y alquilada para que
haga mis primeras pruebas por la calle, accesos al portal y ascensor (el día
que se estropee el ascensor estando fuera de casa no quiero pensarlo) y
manejo dentro de casa.
Cabe por todos los sitios (en el ascensor con ayuda) y la prueba es positiva.
Es muy parecida a la que tengo en Soria con una antigüedad de siete
u ocho años en un mercado que ha evolucionado una barbaridad.
Es decir, muy pesada y nada transportable si no es en furgoneta.
Ya me dice el señor que la lleva que son las que hay para alquilar, que las nuevas
son mucho más ligeras, desmontables y con otras prestaciones..
Quedamos en que al próximo viaje me trae una nueva a casa para demostración.
Esta vez con vistas a comprar claro, no me la alquila.
Hacemos la prueba yendo de paseo y primera incursión a museos.
¡¡¡ EL PRADO !!! Magnifica prueba.
Martes comida en D.O.C.C. café-bar enfrente de casa.
La camarera, rumana, sabedora de mi enfermedad, me esperaba hace tiempo con un
regalo para mí que le había hecho un amigo, también con esclerosis múltiple sólo por
decirle que tenía una clienta con esa enfermedad.



El miércoles acaban retoques en el baño adaptado y colocan una sencilla y discreta
puerta corredera, con el miedo que yo tenía.
El constructor ha hecho la obra con todo el cariño del mundo como conocedor del
problema de la discapacidad por haber cuidado a su padre en esas condiciones.
Tanto que al llegar yo, nos había dejado en el baño su silla de aseo y ducha igual que
la mía, evitándome de momento la compra de una, por otra parte absolutamente necesaria.
Lharby, el portero de la finca de enfrente, con la sensibilidad que muestran para estos
temas los trabajadores marroquíes, se me acercó y con un cariño enorme se ofreció para
todo lo que necesite. Contaré con él, por supuesto.
Como siempre, Madrid nos recibe con los brazos abiertos.
Salimos por el barrio a investigar y, sin sorpresa, el único establecimiento en el que pude
entrar sin ayuda de nadie, fue en 100 montaditos.
En el resto me tenían que subir o directamente no entrar.
Viví, por supuesto, estuvo allí.
Y para acabar este inaugural viaje nada mejor que un solomillo traído expresamente de
Bogotá por una amiga azafata, que viaja asiduamente a ese país.
Gracias Lucía.